sábado, 9 de mayo de 2009

RESEÑA DEL LIBRO ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA? DE JOSE MANUEL BRICEÑO GUERRERO. Maria Eugenia Cisneros Araujo






En el libro ¿Qué es la filosofía ?, Briceño Guerrero reflexiona sobre el problema de la filosofía en Venezuela con la intención de fomentar el diálogo sobre este aspecto, al hacer patente que los venezolanos sufrimos una gran desorientación “vocacional, profesional, política, social, artística…sentimental…fundamentalmente en lo que respecta a nuestro propio ser”. El tema central de su ensayo es el quehacer filosófico, que se bifurca, en un aspecto hacia la condición humana y en el otro, hacia la venezolanidad.

El problema lo aborda en tres partes; en la primera se refiere a la condición humana, a la cultura y la relación de ambas; en la segunda, describe el lugar de la filosofía en el contexto de la relación entre el hombre y la cultura; y en la tercera, que la plantea como consecuencia de las dos primeras, la emprende con la siguiente pregunta “¿Pertenece nuestra patria, Venezuela, a la cultura occidental?”

En el capítulo I, el filósofo señala que para hablar de la filosofía, es necesario previamente considerar la condición humana y su relación con la cultura, entendiendo que la filosofía es la posibilidad, la actividad y el producto del hombre. Es, pues, la filosofía la generación dinámica y continua de esa relación, más fecunda en tanto que la relación esté definida por los actores del proceso. Evidentemente, hay un imperativo y es que la relación del hombre con la cultura tiene que ser activa, mientras más rica sea ésta, el quehacer filosófico también lo será.

Para el autor, la indeterminación de la conducta del hombre es lo que lo distingue tanto de los seres inanimados como de los animales; por lo tanto esto lo empuja a estar en sociedad donde genera un proceso de aprendizaje de su cultura convirtiéndose en receptor, portavoz, transmisor y creador de tal proceso educativo cultural.

En la obra, la cultura adquiere una forma spinoziana: cultura culturante y cultura culturada; lo que Cornelius Castoriadis, llama -imaginario instituyente e imaginario instituido-. Es decir, la visión del hombre como sujeto activo y creador de su objetivación. Se trata de un sujeto transmisor y creador a la vez de mitos, religión, arte, ética, derecho, moral y de técnica; un hombre que adquiere su sentido de ser en la cultura, en la sociedad, a partir de una interacción entre el hombre hacedor y las reglas establecidas por el Derecho para normar su comportamiento en sociedad.

De esta manera, la condición humana se configura en un proceso en el que el hombre se encuentra inmerso en su cultura, donde en principio, la cultura moldea su conciencia, bajo el código común que establece el lenguaje, única vía, de comunicación y transmisión de la cultura.

En esta relación, la cultura compactada en la tradición tiende a perpetuarse encajonando la conciencia del hombre a tono con su devenir y cercenando la indeterminación humana bajo el engaño de la estabilidad, el equilibrio y la determinación. Si bien es cierto, que el filósofo reconoce que la mayoría de los hombres se convierten en marionetas de la cultura, también es cierto que afirma que “los auténticos creadores de formas culturales son pocos”, pues la indeterminación de la condición humana, es el espacio vital donde al hombre “no deja de ocurrirle tarde o temprano, por las frustraciones inevitables individual, o por una sensibilidad muy aguzada, o por una gran capacidad de asombro, no deja de ocurrirle, alguna vez, que tenga el tremebundo confrontamiento consigo mismo y vea, cuando menos el destello fugaz de una intuición momentánea, la contingencia de su absurda existencia, acechada continuamente por todo género de peligros, condenada a dejar de ser, finita”. Esta característica de la condición humana es lo que posibilita el reencuentro del hombre con sus fuerzas internas vitales, las cuales lo motorizan a crear nuevas formas de subjetividad, así como de objetivación. La angustia, el proceso doloroso del sí mismo y el ejercicio de su libertad lo devuelve a su realidad -un tsunami interno- con otra conciencia que lo impele a modificar la tradición, la cultura y a crear nuevos valores, es decir, el quehacer filosófico.

El punto en este primer capítulo, consiste en descifrar ¿por qué hay que atender a la condición humana y su relación con la cultura, previamente para poder caracterizar la filosofía? La respuesta la da el propio filósofo “antes de toda reflexión teórica, ya tienen los pueblos o comunidades lingüísticas una concepción articulada del mundo y de la vida. Dicha concepción anuncia en cierto modo cuáles van a ser las líneas de desarrollo del pueblo en cuestión”.

El segundo capítulo explica cómo ubicar la filosofía en una relación paradójica entre la condición humana y la cultura. La paradoja consiste en lo siguiente: ¿Es la cultura la que hace al hombre? o ¿es el hombre el que hace la cultura? En otras palabras, qué papel tiene la filosofía en esta relación variada de condiciones humanas con la cultura, vale decir, el hombre marioneta manejado por la tradición que legitima su cultura; el hombre activo, reflexivo, hacedor, creador que cuestiona su tradición e interroga a su cultura.

Ante esa paradoja, el hombre ha tenido múltiples respuestas –artísticas, políticas, jurídicas, morales y sobre todo filosóficas-. Estas respuestas filosóficas para el autor, pueden ser, presentadas bajo tres aspectos: 1) “filosofía como dynamis”; 2) “filosofía como enérgeia”; 3) “filosofía como ergon”. Y aclara, que el uso que le da a estas palabras difiere del que le da Aristóteles.

Explica el filósofo, que la filosofía como dynamis se refiere a esos supuestos ocultos que mantienen a la cultura, esto es, los presupuestos que fundamentan la concepción de vida que tiene toda comunidad, materializada en la tradición que fija un estilo de vida con tendencia a perpetuarse según unos valores determinados. “la filosofía como dynamis es universalmente humana: todos los pueblos tienen visión del mundo, concepción de la vida, ideas o creencias sobre el puesto del hombre en el universo y el papel que está llamado a desempeñar, enraizadas en la comprensión con-dicha o condada en el hecho de ser hombre, en la con-dicción o condación humana”.

La filosofía como enérgeia, es poner en ejercicio la indeterminación de la condición humana mediante la reflexión dirigida a develar esos supuestos que sostienen la cultura, modificándolos o poniéndolos en evidencia para desestructurar la raíz que los mantiene. Aquí, el autor, analiza detalladamente a qué se dirigen esos actos del pensar. Cuando el hombre, se atreve a interrogar las creencias, razona sobre el ser, sobre el conocimiento y sobre el valor. “esta reflexión crítica sobre el Ser, el conocimiento y el valor –empresa teórica, conceptual, dirigida hacia la totalidad, buscadora de su propio principio, problematizadora de lo obvio-; a esta reflexión crítica en su actu-alidad, en su act-ividad, mientras sucede, mientras pone en movimiento al ser del meditador a esta reflexión crítica, en esta forma concebida llamamos filosofía como enérgeia o filosofar”.

Y la filosofía como ergon, es el resultado del acto reflexivo del hombre; la materialización del pensamiento en modelos filosóficos producto de la indeterminación de la condición humana. Esto es, la elaboración de sistemas teóricos surgidos de la reflexión, orientados a despertar razones críticas y fomentar la angustia en la búsqueda del sentido de ser. “A los productos del filosofar, a los sistemas de pensamiento, con su carácter de artefacto y su tendencia a sufrir degradaciones progresivas –refugio contra la intemperie existencial del hombre, organización de los contenidos de la consciencia desmitificada para mantener el equilibrio psíquico, arma intelectual de grupo-; a los productos del filosofar, pues, llamamos filosofía como ergon o filosofías y, en sus degradaciones más bajas, ideologías”.

A continuación, el filósofo pasa a desarrollar cómo esos tipos de filosofía se dan y se gestan en la relación hombre y cultura, y cómo en vez de mantener la acción crítica, terminan por reflejar una determinada forma de pensar, y generar una tradición que por las fuerzas del propio modelo se vuelvan inquebrantables para muchos estudiosos (meros diletantes historiadores de la filosofía).

Finalmente, el autor termina el segundo capítulo, afirmando que esta forma de filosofar es un invento griego proyectado por la cultura occidental europea, que en nombre de esta forma de filosofar, devastó civilizaciones no europeas (América, Asia, África), y con ello, sus propias formas culturales (mitos, religión, derecho, moral, ética, lenguaje). De ese modo, occidente impuso su forma de pensar sobre las ciudades no europeas. Siendo esto así, el autor advierte, que a los países no europeos (Latinoamérica), para sobrevivir, se han visto en la necesidad de adecuarse a ese modelo de pensamiento, ajuste que todavía en la actualidad no se ha llevado a cabo completamente. Por tal razón, el autor, afirma que no siempre la filosofía como dynamis desemboca en la filosofía como enérgeia (caso occidente europeo), sino que puede suceder que la filosofía como dynamis conduzca a otros modos de reflexionar sobre la cultura que no obedezcan a los parámetros del pensamiento europeo, que acaten otras posibilidades humanas acorde con su propia indeterminación cultural.

La pregunta a tratar, en el tercer capítulo, es la siguiente: “¿Pertenece nuestra patria, Venezuela, a la cultura occidental?” El filósofo responde “Venezuela (podríamos decir Latinoamérica) está emparentada con la cultura occidental y descendemos de los griegos por línea bastarda. Somos un pueblo mestizo de cultura sincrética, surgida del encuentro traumático de tres tradiciones: la occidental, la india y la negra. Triunfó la occidental. La india y la negra fueron desmanteladas, desarticuladas, humilladas. Todas nuestras instituciones son creación de la cultura occidental; hablamos de una lengua europea”.

Al respecto, Briceño Guerrero, puntualiza, que a pesar de la colonización de Occidente (Europa) sobre Venezuela, en la práctica tal dominación presenta desarreglos, puesto que el acoplamiento entre ambas culturas, dominación, desde sus orígenes hasta hoy, presenta irregularidades no resueltas; es como hacer coincidir un círculo en un cuadrado. Esa desarmonía posibilita manifestaciones espontáneas de rasgos culturales propios de los venezolanos, pero que son abortados por el imperio aun vigente del modelo de pensamiento europeo. Y el autor, explica detalladamente en qué consisten esas manifestaciones espontáneas y cómo se expresan, para preguntarse “si esas oscuras fuerzas creadoras, que constituyen lo más auténtico de nuestro ser y que no han podido manifestarse sino negativamente, tuvieran libre campo de acción, fueran liberadas de la red de estructuras formales que las ocultan y oprimen, ¿a dónde conducirían? ¿Qué nuevas formas generarían? ¿A qué cultura insospechada darían nacimiento?”

A pesar de esta explicación, el filósofo describe acertadamente que los gobiernos, partidos políticos y la sociedad, en vez de convertir esa discordancia en una grieta con el fin de ejercer una autonomía, una individualidad y una libertad propia y genuina venezolana, lo que hacen es mantener, consolidar la cultura europea mediante le gestión política, la educación, la religión para forzar la definitiva adaptación de Venezuela a Europa. De esa forma, según Briceño Guerrero, la filosofía en Venezuela puede concebirse como la importación del ergon europeo, el aprendizaje y posesión de ese ergon y un adormecimiento de la actividad reflexiva y crítica que se atreva a poner en entredicho los patrones culturales occidentales. Por tanto, es “urgente para los que en nuestro país se aplican a la reflexión filosófica, romper la enajenación involucrada en el hecho de instalarse totalmente en cualquiera de ellas, buscar nuestros estratos más profundos y, en aceptación de lo que somos como pueblo, emprender la interpretación de nosotros mismos”.

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